Perfiles Urbanos
Una historia única

VIDEO | ¿Quién es el hombre que creó un museo de piedra que cobra vida cuando sube la marea?

Tiene 49 años y vive a metros del último punto de la escollera Sur y, de noche, trabaja como sereno y de día pinta y esculpe.
"Las figuras cobran vida cuando entran en contacto con el mar", dice.
La sirena sobre el piano, otro de los atractivos de "La escollera del león".

Marcos César Curioni tiene 49 años de edad y recibe a todas las personas con una pelota blanca de vóley, como la que acompañó al personaje de Tom Hanks en la película "Náufrago", a la cual llama como en la película misma: "Wilson", en modo de broma desde una casilla de madera emplazada en la última playa de la Escollera Sur de Mar del Plata, cerca del Monumento a “San Salvador”, patrono de los pescadores.

Allí, en "la intersección de 'El mar' y 'Todo lo demás'", Marcos trabaja como sereno de una empresa arenera, desde hace cinco años. Allí, también, montó un museo de piedra, que cobra vida cuando sube la marea.

La melena blanca y las muñequeras de cuero le dan un aire de gladiador romano. Bien podría serlo. Durante su adolescencia, un duelo de miradas con un león en el ex zoo porteño lo marcó para siempre.

"En ese momento yo estaba muy deprimido e intenté quitarme la vida. Me acosté a dormir creyendo que era el sueño más largo del mundo y, de pronto, sonó el teléfono. Era mi hermana desde La Plata. Yo estaba en Palermo en un piso 15", resaltó.

Y siguió: "Me dijo: 'Mañana quiero ir al zoológico, ¿me acompañás?’. Fuimos. Cuando llegamos a la jaula donde estaban los leones, uno de ellos se puso de pie, caminó hacia donde estábamos nosotros, se paró justo enfrente mío y me clavó la vista. Mi hermana comenzó a hacer chistes. La gente que estaba al lado, también. Dimos la vuelta y me siguió. Me quedé quieto y me imitó. La gente empezó a murmurar y yo empecé a incomodarme. Al final nos fuimos".

Al día siguiente, Marcos decidió regresar al zoo. "Me senté en un banco y empecé a mirarlo. Otra vez lo mismo. Se paró enfrente mío y fijó la mirada. Entonces me levanté y me acerqué hasta donde estaba permitido. Lo miré y le dije: 'Gracias'. Después me largué a llorar y me fui", aseveró.

Para Marcos hubo un antes y un después de ese episodio. “Ese león fue el único que se dio cuenta de lo que me estaba pasando. Su mirada me transmitió fuerza para seguir adelante. Desde ese día entendí que hay que aguantarse la tormenta, porque después sale el arco iris. Y este lugar, para mí, es un arco iris. Por eso lo comparto con ustedes. Se llama ‘La escollera del león’, en tributo a ese animal”, dice.

"Vivo acá, literalmente. Porque una cosa es estar vivo y otra cosa es sentirse vivo. Yo me siento vivo", agregó.

Aunque es dibujante y pintor, Marcos nunca vivió del arte. Hasta 1998, cuenta, formó parte de la reconocida productora Polka. Después se instaló durante 11 años en España, donde se dedicó a trabajar como guardavidas y a hacer mantenimiento de piscinas.

A finales de 2013 regresó a la Argentina. "Extrañaba a mi mamá", dice. Después consiguió un puesto en el puerto de Mar del Plata y, desde 2018, se dedica a cuidar la escollera y esculpir piedra.

"Trabajo con un martillo, válvulas de autos y discos de amoladora, cuando se pueden comprar, porque son caros. Me ayudan muchísimo a devastar la piedra", dice.

Pero no todo es escultura. "A veces se me ocurren obras y las hago con lo que tengo a mano. Como esta cabeza de termo", dice, mientras hace hablar al torso de un maniquí que lleva puesta una corbata negra y una tapa de termo en vez de cabeza. "Hola, ¿todo bien?", se ríe.

A diferencia de un museo convencional, acá no hay guías ni carteles que indiquen hacia dónde ir. Hay pinturas de grandes figuras, como Diego Armando Maradona, Carlitos Balá, Alberto Olmedo y Jorge Porcel y el "El Zorro", en su versión de Don Diego de la Vega.

También están Frida Kahlo y la Monna Lisa, esta última con una máscara submarina. "La pinté durante la pandemia. Se llama tiempo de respirar", dijo.

Pero la estrella del lugar es, sin dudas, la escultura de piedra de Poseidón. Una imponente figura con corona y tridente dorados, recubierta con una red que hace de túnica, y ubicada en la orilla del mar sobre las piedras.

"Me llevó tres meses hacerlo. No sé si es mucho o poco tiempo porque todavía estoy aprendiendo a esculpir", comenta Marcos y se dispone a hacernos una recorrida por el museo, en compañía de sus perros: Pandereta, Paloma y Pichu.

"Todo lo que hay acá tiene que ver con el mar", dijo. "Si vos querés llevarte una buena experiencia, tenés que venir y bajar dos cambios. Hay que desconectarte de la ciudad. Cuando vos desconectás, empezás a ver. Porque acá está todo mezclado. Mucha gente viene y me dice: ‘Marcos, eso no lo había visto. ¿Cuándo lo hiciste?’. Y yo les digo: 'Eso ya estaba'".

Aunque las obras están a la intemperie, no se arruinan. "La piedra no se estropea. El viento y la sal terminan de moldearla. Lo mismo con las pinturas: el salitre las protege. Esto no significa que van a durar toda la vida, pero sí un poco más de lo habitual", remarcó Marcos.

A metros del Poseidón una sirena con la cola mitad verde mitad turquesa descansa sobre un piano con un libro en la mano. "Te cuento la historia", propone Marcos y arranca con el relato. El mismo que muchas veces les hace a los curiosos que se acercan a conocer su obra.

"Acá, antiguamente, vivía un pianista. Cuando la playa quedaba desierta, el pianista abría la ventana de su casa y tocaba. Entonces aparecía una sirena y empezaba a cantar. Era una dupla maravillosa. Así estuvieron durante años hasta que un día la ventana no se abrió más", subrayó.

A su vez, añadió: "Entonces la sirena se asomó a la orilla y divisó el piano. Se fue acercando lentamente pero, a mitad de camino, se dio cuenta de que la marea estaba bajando y que, si seguía avanzando, no podría volver. No le importó. Llegó hasta el piano, se apoyó, tocó una tecla y se quedó dormida con el libro en la mano".

Marcos hace una pausa y sigue. "Ese libro lo encontró en el mar. Era el diario íntimo del pianista, donde él le declaraba su amor. Amor no correspondido porque ella estaba enamorada de la melodía, no de él".

Como hechizadas por la fuerza de la naturaleza, las figuras de piedra cobran vida cuando sube la marea.

“Las olas pasan por encima y envuelven la obra. Cuando las tapa el agua es como que vuelven al mar”, explica Marcos y dice que, por lo general, hay poca gente para verlo. “Es que, los mejores momentos se dan cuando hay tormenta o sudestada. Lo que hago, entonces, es grabar varios videos y compartirlos en redes. La gente se enloquece”.

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